jueves, 21 de marzo de 2013

Romance de la huida de Sodoma - Daniel Frini


Sodoma se quemaba en Fuego Santo. 
Lot huía, junto a su familia, hacia la villa de Zoar. Los enviados del Señor le habían advertido: «Escapa por tu vida. No mires atrás. No te detengas ». El calor del fuego abrasaba las espaldas del grupo, que corría cubriéndose de las esquirlas incandescentes que producían, aquí y allá, nuevos focos entre los arbustos.
―¡Lot, hijo de Harán, hijo de Taré! ―gritó, con enfado, Yrit, mujer de Lot, tapándose el rostro para protegerse del humo.
―Cagamos ―susurró Lot. Y dirigiéndose a Ahumai, su hija menor, agregó ―. Cuando tu madre me llama por mi nombre completo…
―¡Lot, hijo de Harán….! ―insistióYrit.
―¡Ya te escuché! ¡¿Qué querés?! ―contestó Lot.
―¡Andá más despacio! 
―¡Ah, claro! ¡La señora no puede correr porque para huir se puso las sandalias de piel de leopardo!
―¡Pará, te digo! 
―¡Los ángeles del Señor me dijeron…!
―¡Ángeles del Señor! ¡Voces en tu cabeza, son, zanguango! ¡Esquizofrénico! ¡Eso es lo que sos! 
―¡Los dos apuestos forasteros que vinieron a casa…!
―¡Claro que eran apuestos! ¡Eran guerreros del norte, donde todos son altos y de cabellos dorados! ¡Dos potros eran!
―¡Ellos me dijeron que debíamos abandonar la ciudad!
―¡Por que si no, nos violaban a todos y hasta por las orejas, tarado! ¡Y, para embarrarla más, vos querías entregar las nenas a cambio de que no le hicieran nada a los dos guachitos lindos! ¡Tarado al cuadrado, sos!
―¡Olvidándote que somos vírgenes…! ―dijo Ahumai
―¡Vírgenes en Sodoma! ―interrumpió Husa, la hija mayor ―¿Te das cuenta, papá? ¡Vírgenes en Sodoma! ¡Dos pelotudas éramos! ¡Orgía perpetua y nosotras, las hijas de Lot, con el deber paterno de permanecer vírgenes! ¡Se nos cagaron de risa, papá!
―¡No es momento! ¡Por Jehová, sigan corriendo! ―las aguijoneó Lot.
―¡Pará que no te puedo seguir! ―reiteró su mujer
―¡Vamos, no se detengan! ¡Nenas, corran! ¡Mamá, dale, dale! ¡Querida…! 
―¡Querida, las pelotas del patriarca! ―contestóYrit.
―¡Con el tío Abraham no te metas, que es un hombre santo…!
―¡…que está acostado en una reposera a orillas del Nilo, con dos concubinas en bolas que lo abanican, mientras nosotros perdemos hasta los calzones en este quilombo! ¡Teníamos todo en Ur de los caldeos! ¡A vos solo se te ocurre mudarte al culo del mundo!
―Mamá, por favor, ayudame…
―La chirusa de mi nuera tiene razón ―respondió Seera, madre de Lot ―. Primero, nos fuimos de Caldea. Ahora, nos vamos de Sodoma ¡Había conseguido novio acá, idiota! 
―¡¿Quién?!
―El verdulero
―¡¿Qué verdulero?!
―El cretense Talos…
―¡Mamá! ¡Es como treinta años más joven que vos!
―¡Y a vos qué carajo te importa!
―Dejemos esto para después ¡Ahora corran por sus vidas! ―insistió Lot.
―A todo esto ―dijo Yrit ―¿Dónde están los forasteros?
―Mamá ―respondió Husa, la hija mayor ― ¿oíste el precepto hindú que dice «A coger que se acaba el mundo»?
―Lo tengo oído…
―Bueno ―continuó Husa ―. Fijate allá atrás. Se está acabando el mundo, así que le deben estar dando tupido a la matraca.
―O sea, nena ―dedujo Yrit, girando su torso mientras miraba y señalaba hacia Sodoma ―, que los papitos están meta traca-traca en medio de ese infier…
―¿Qué decías, vieja? ―preguntó Husa.
―¿Mamá? ―dijo Ahumai.
―¿Querida? ―inquirió Lot, al momento que razonó qué había pasado ―¡Yrit! ¡No debías mirar atrás!
―¡Mamá! ―gritaron al unísono Husa y Ahumai.
―¿Y ahora qué hizo la tarambana esa? ―preguntó Seera, mientras Lot y sus hijas reculaban, mirando al piso, hasta donde estaba la mujer de Lot.
―¿Qué es esto? ―preguntó él
―Una estatua, papá ―dijo Husa, con fastidio.
―¿Y qué hace una estatua acá? ―insistió Lot.
―¿Y dónde está mamá? ―interrogó Ahumai.
―La estatua ¡es! mamá ―respondió Husa. 
―¡No! ―dijo Lot, desesperado.
―¡Mamá! ―dijo Ahumai, con la voz cortada.
―¿Qué pasó? ―demandó Seera.
Lot acariciaba el rostro de su esposa. El viento del sur desprendía pequeños granos de la figura.
―¿Qué pasó? ―insistió Seera.
―¡Yrit se transformó en estatua! ―contestó Lot.
―Bueno…nunca se movió mucho que digamos…―acotó Seera.
―¡¿Qué decís mamá?! ―le reprochó su hijo.
―Y, en la casa se la pasaba dándole a la sin güeso con las amigas, mientras yo friega que te friega ¡En la puta vida levantó un plato! Y en la cama, hijo, era como si estuvieras con un cacho de madera…
―¡Mamá! ―la cortó Lot, señalando a sus hijas que lloraban arrodilladas, mirando a la estatua.
―¡Tenía razón la finada! ¡Sos un tarado! ¡No parecés hijo mío! ¡Dormíamos cinco, más ocho cabras, más dos perros y un gato en una habitación de tres por tres! ¡¿Te crees que soy boluda y no los oíamos cuando hacían la porquería?!
―¡Mamaaá! ―insistió Lot, llevándose el dedo índice a los labios en señal de silencio. Su rostro cambió a una mueca interrogativa y pasó la lengua a su dedo ―¿Sal?
―¿Qué decís zopenco? 
―¡Que Yrit se transformó en una estatua…de sal…! ―dijo Lot, mientras comprobaba, pasando su lengua por el brazo desnudo de la estatua.
―¡¿De sal?! ―dijeron las tres mujeres, a la vez que se apresuraron a verificar por ellas mismas.
―¡¿Qué carajo…?! ―estalló Husa.
―¡Mamá, no te vayas! ―rogó Ahumai.
―No…sal…Yrit…¿qué?... ―dudó Lot.
―¿Sal? ―preguntó Seera ―¿Café no había? O arroz. O fideos. Sal ya tenemos un poco; pero café no se consigue por ningún lado ¡Y hay que ver el precio del arroz!…
―¡Mamá! ―la recriminó Lot.
―Hay que ser prácticos ―dijo Seera ―. Lot, conseguite una bolsa. Chicas, agarren a su madre, muélanla bien finita y la guardan ¡Vamos, rápido! ¡Peero! Hijo: ¿cuánto pesaba tu mujer?
―No sé… ¿sesenta kilos?
―¡Un pelotudo, sos!
―¿Y ahora qué hice?
―¡Mil veces te dije que dejaras a la esquelética ésta y te casaras con la gorda Ezer, que ahora debe estar pesando unos ciento cincuenta kilos! ¡Ahora tendríamos sal para pagarnos como cinco meses de alquiler en Zoar, salame!
―¡Mamá! ¡Estás hablando de mi esposa recién fallecida! ¡tené un poco de respeto!
―¡Estoy hablando de un puñado de sal! ¡Porque eso es lo que es: un puñado! ¡Y si no se apuran, se la va a llevar el viento!

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Años después (cuando ya vivían en la cueva de la montaña y, de la relación incestuosa entre Lot y sus hijas, habían nacido Moab, hijo de Husa y futuro padre de los moabitas; y Ben-Ammi, hijo de Ahumai y futuro padre de los amonitas); el anciano estaba durmiendo su borrachera, la menor de sus hijas daba de mamar a su bebé, y un guiso humeante, con carne de cabra, se cocinaba en la hoguera.
Husa revolvía el caldero. Quitó el cucharón y lo llevó a sus labios para probar la comida
―Hum. Está bueno, pero desabrido ―miró a su hermana y preguntó ―¿Quedó algún condimento?
―Nop ―respondió Ahumai ―. Orégano no se consigue y mamá se acabó hará unos diez días.



Acerca del autor: Daniel Frini