Él estaba algo confuso, tenía el presentimiento que era su última siembra y con infinita ternura deseo vivir para conocer el fruto.
Recordó en ese momento la maldad que siempre hubo en su vida; no por elección sino porque fue lo único que le enseñaron, el amor no tenía sentido para él hasta que la conoció.
Su vida cambió, pasó de ser un ser errabundo y perverso a ser un hombre enamorado, solitariamente enamorado, le gustaba tenderse sobre ella cuando la luna cruzaba en la noche y mojarse en su humedad, por eso presintió la despedida, el final anunciado.
Pasó la última noche acariciándola con ambas manos, dejándole todo su amor en cada surco en cada pliegue.
Al amanecer juntó sus pocas pertenencias, con ojos de artista miró por última vez cómo el sol pintaba sobre ella su mejor obra, y se marchó para siempre.
Acerca de la autora:
Paula Duncan
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