viernes, 24 de mayo de 2013

La sala de espera - Ana Caliyuri


Fue una bella sorpresa reencontrarnos en la sala de espera del dentista. Hacía más de diez años que no nos veíamos. Haydeé, siempre estaba a la moda y eso no había cambiado en ella. Se notaba a las claras que seguía siendo muy cuidadosa con su aspecto personal; cada detalle combinaba a la perfección. Zapatos y cartera al tono, el cabello luminoso; anteojos oscuros, pantalón y casaca cazadora: en verdad nadie hubiese creído que ella venía de la playa. No la recordaba verborrágica, pero apenas pude poner dos o tres bocadillos en la conversación. De todas formas, la escuché. Llamó mi atención, la forma ampulosa de sus gestos, cuando se refería a él.
—Tiene poderes hipnóticos: lo mirás y te tranquiliza. Antes iba a esos grupos de autoconvencimiento, ahora desde que lo encontré, mis días han cambiado notablemente. Somos inseparables, no sé que voy a hacer cuando se muera; prefieriría morir yo antes. Sé que lo malcrío, pero si vieras su carita cuando llego a casa. Te morís de amor.
Ya llevaba más de quince minutos hablando sin interrupción, cuando recordó que me tenía enfrente y como al pasar deslizó la pregunta.
—Vos cómo estás Norma, no te veo muy bien…
Alcé la vista para mirarme en el espejo lateral de la sala de espera, no soy de maquillarme mucho; tal vez se me veía demacrada. Y cómo no estarlo, me había acostado tarde.
—No dormí mucho —respondí con desgano.
Haydeé, lejos de preguntarme que me sucedía, sacó su “recetario” de la vida, el libro de la felicidad y tacatacatacataca casi me incinera las neuronas. El caso es que casi me sentí desdichada; nada de lo que allí decía le servía a mi vida. Ensayé una respuesta afable.
—Haydeé, no hay recetas para vivir…
—No creas Norma, ayudan, yo lo digo por tu bien —me dijo, mientras de su billetera sacaba la foto de su perro Bichón Maltés, ataviado con un coqueto moño rojo alrededor del cuello—. Cuándo quieras te consigo uno…Tiene poder hipnótico, lo amo, lo amo. —Además, muy ufana, remató diciéndome—: Ya probé con tres matrimonios, te aseguro que lo mejor que me pudo pasar es tenerlo a él. ¿Me veo bien verdad?
—Si Haydée. Te ves muy bien…
—Ves mi querida Norma, se trata de ser feliz…tu carita, dice que no estás bien.
Ya un tanto rebasada por la densa situación, me alcé de la silla para responderle.
—Haydée, tengo esta cara porque anoche vinieron todos mis hijos a cenar, a nosotros nos encanta jugar a distintos juegos de mesa, y jugando al burako se nos hizo las cuatro de la madrugada. Dormí, sólo tres horas…
Plegó en cuatro la revista de moda y sólo atinó a decir:
—Este dentista siempre es el mismo informal; está tardando demasiado. Mejor vengo otro día, ya se me ha hecho tarde. Hasta la próxima Norma.
Giró sobre sus talones y me dejó demacrada y sola en la sala de espera.


Acerca de la autora:  Ana Caliyuri

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