viernes, 10 de mayo de 2013

Morí - Adriana Med


A estas alturas ya todos deben estar hasta la coronilla de teorías conspiracionales, chistes trillados, paranoia generalizada, estupidez pseudorebelde, y todo lo que tenga que ver con la influenza. Yo también.
Por eso no quiero discutir al respecto, sino más bien quiero hablar del encierro al que estamos orillados por esta situación —especialmente los que habitamos Chilangolandia— y sus consecuencias. Y es que, ¿para qué me hago la tonta? Estoy perdiendo la razón.
Muchos manifiestan su desesperación e incomodad por no haber salido en los últimos cuatro días —como si no parrandear durante un fin de semana fuera la máxima tragedia del universo— y otros tantos derrochan felicidad por una razón muy sencilla: no tienen que ir a la escuela o al trabajo. ¿Y saben qué? Por mí pueden irse al diablo.
Sucede que yo no llevo encerrada tres ni cuatro días, sino TRES MESES. Sí, leyó bien: ¡TRES MESEEEEEEEEEEEES! Ya que, por decirlo así, estoy castigada permanentemente y no me dejan ver a mi gente. Para quien no lo sabe, estoy en año sabático, de modo que tampoco asisto a la escuela, y en resumen sólo tengo contacto directo con otros seres humanos en un lugar: el gimnasio.
El gimnasio me ha servido para liberar endorfinas, charlar con otros de mi especie, moldear mi cuerpo, incitar mi apetito, y no morir en vida. Pero, ay, LOS GIMNASIOS ESTÁN CERRADOS, PROHIBIDO IR AL GIMNASIO, PROHIBIDO IR HASTA LA TIENDITA.
Mi única válvula de escape de ha derrumbado y no me queda nada. El encierro me afecta, y mucho. Estoy E-N-L-O-Q-U-E-C-I-E-N-D-O. Tengo ganas hasta de chillar.
A mí la verdad es que no me da miedo contagiarme del susodicho virus y si por mí fuera estaría en la calle todo el día tomando fotografías de lo que acontece en la ciudad. Pero no puedo. Y lo que realmente me ATERRA es llegar deprimirme, cosa que comienza a suceder.
¡En la madre!

Sobre la autora: Adriana Med

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