martes, 18 de junio de 2013

El desierto verde - Paula Duncan


Estaba saliendo de un grave surménage, ó al menos eso creía; demasiada presión, demasiada exigencia, no supo tomarse un respiro de vez en cuando y dedicarle un tiempo a lo que lo hacia feliz, había perdido sensibilidad; su cuerpo dejo de hablarle o el de escucharlo comenzó a poner distancia nadie podía acercársele o tocarlo, ya no podía sentir el placer de un abrazo, de un roce en su mano, una palmadita en el hombro o un beso en la mejilla, entonces sobrevino lo esperable: se enfermó; de nada diagnosticable, de todo lo posible y mas. Su presión arterial estaba muy alta o muy baja, sufría de vértigo, pero los potenciales auditivos evocados resultaron normales, le dolía tanto el pecho que se le cortaba la respiración pero el cardiólogo diagnosticó que estaba muy bien, hasta que se cruzo con un medico que le dijo: usted no tiene nada pero si no busca ayuda rápido la va a pasar muy mal.
Por esos días su mujer harta de que nunca la escuchara, se fue unos días al mar sola; al menos eso dijo
Solo en su casa, sin nadie que lo atendiera ni escuchara sus lamentos, se sintió morir, pasaron dos días y no había comido ni siquiera se había bañado; ella no lo llamó y no sabia donde encontrarla
Al tercer día llego a la conclusión de que debía hacer algo o moriría, recordó que su mujer hacia un tiempo le había buscado un terapeuta; que desecho diciendo “no estoy loco solo me siento mal, ella le dijo “pego su numero en la heladera por si te arrepentís”.
Llamo consiguió que lo atendiera esa misma tarde, de la primera entrevista salió mas confundido que al entrar, pero disfruto del paseo al volver a su casa.
La segunda vez comenzó a entender algo, quiso comunicarse con su mujer y no pudo, pero llego a su casa comió y limpio todo con verdadero placer.
Llego el fin de semana y ya la extrañaba tanto que se fue a buscarla, viajo ansioso pero con muchas ganas de hablar y contarle.
Llego al pueblito marítimo donde estaba, busco el hotel y desde la vereda se veía la confitería ahí estaba ella con un caballero tomando café; se la veía feliz y hermosa como cuando joven; estuvo un rato mirándola con los ojos llenos de lagrimas.
Cruzo la calle bajo a la playa y camino en la arena el mar tranquilo era un desierto verde, cayó la noche; al otro día en el borde del agua solo encontraron su abrigo…


Acerca de la autora:  Paula Duncan

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