lunes, 16 de septiembre de 2013

Reencarnación o cómo a mi psicoterapeuta la sesión de sofrosis se le fue de las manos - Pilar Arenas Nieto


Me desperté con un pegajoso sabor dulzón en la boca, no quise pensar.  De nuevo cerré los ojos intentando reconciliar el sueño. Me puse a contar ovejitas: una ovejita, dos ovejitas, tres ovejitas... zzzzzzzzzzz.
De repente otra vez ese sabor. Intento tragar saliva. Unas hebras pegajosas cuelgan de mi paladar,  deslizándose resecas por la comisura de mis labios.
Intento relajarme inspiro profundamente por la nariz, expiro por la boca, una vez, otra vez. Caigo en un profundo sueño.
La voz de mi marido me despierta: cariño, si estás en el baño tráeme la loción antimosquitos. Me están acribillando.
Intento decirle que no estoy en el baño, que estoy en la cama junto a él. No puedo articular palabra, las cuerdas vocales no responden a mi esfuerzo, tan sólo logro articular un leve ssszzz.
Mi marido enciende la luz y rápidamente un rayo poderosamente luminoso atrae mi atención.
De repente me sitúo sobre la lámpara del dormitorio, veo a mi marido multiplicado en varias imágenes, zapatilla en mano sacudiendo estrepitosamente a diestro y siniestro: ¡estos malditos mosquitos!
Ante la sorprendente situación intento calmarme. La zapatilla me cruza tan cerca que sin saber cómo ahora me encuentro en el visillo de la ventana.
No es posible, intento restregarme los ojos para salir de mi incredulidad. Al hacerlo percibo que no tengo manos. Dos  frágiles alitas sustituyen mis brazos. Ante la desesperación se agitan por si solas y me trasladan frente al espejo de la cómoda. Veo mi imagen reflejada por muchas veces. No puede ser real, mi cara no es mi cara.
Un finísimo semblante con unos enormes ojos me devuelve la mirada multiplicada.
Esto no puede estar ocurriendo, es producto de mi fantasía.
Intento conectar cuerpo y mente. Procedo a efectuar una de mis posturas de yoga. Al intentar sujetarme sobre una pierna para hacer el árbol, descubro que tengo otras cinco más. Todas ellas tan delgadas que parecen delgadísimos filamentos. Ante la imposibilidad de poder mantener el equilibrio, desisto del intento.
La angustia y ansiedad me hacen revolotear sin tino por todos los rincones de mi cuarto.
Choco enloquecidamente contra los brillos del cuadro de la Virgen del Rocío que tengo sobre mi cama, voy sin trayecto fijo rebotando entre frascos de  perfume situados encima de la coqueta, de ahí a la mesita de noche, al marco de la foto de comunión de mi hijo, al despertador, cuyo tic tac me hace  enloquecer más.
Traspuesta me precipito al vacío. En mi caída libre esquivo un manotazo de mi marido. Retomo de nuevo el vuelo, soy capaz de redirigir mi destino y me poso sobre una esquina del armario.
Mi marido se ha propuesto liquidarme sea como sea. Ahora me alegro de que, a causa de su alergia a los productos químicos,  no me dejara comprar en el súper aquel insecticida que anunciaba "los mata bien muertos".
Pienso: la mejor defensa un buen ataque.
Me cercioro que los movimientos de mis alas me responden, y tras un revoloteo de prueba, me lanzo en picado sobre la coronilla de su calva.
Objetivo cumplido. El dulzor de la victoria me produce una  reconfortante  euforia. Noto una embriaguez, un éxtasis. Saboreo el líquido meloso, lo noto más concentrado, con un toque de sabor que me recuerda mucho al asqueroso ungüento crece pelo que se pone todas las noches. Sin embargo, ahora lo encuentro exquisito.
Empieza a gustarme mi nuevo estado. Soy capaz de hacer elegantes piruetas en el aire, atrevidos triples tirabuzones, trasladarme a velocidad vertiginosa, despistar a mi contrincante, hacerlo creer que he desaparecido para después manifestarme con más fuerza y con toda la artillería prevista.
A lo lejos un eco llama mi atención. Una voz como salida de la profundidad de un pozo. Como a cámara lenta escucho: uuunooo, dooosss, treeesss. Un chasquido de dedos: tack. Y una orden: DESPIERTA.

Acerca de la autora:
Pilar Arenas Nieto

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