jueves, 21 de noviembre de 2013

Moscas - Héctor García


Ismael A. Hopkins, el antropólogo más controvertido de los últimos tiempos, estudió durante años la relación histórica entre el hombre y la mosca. Producto de sus esfuerzos podemos citar dos obras colosales: por un lado, su tratado de once volúmenes Sobre la influencia de las moscas en la vida social y espiritual del Homo Sapiens y sus ancestros, donde describe de qué modo este insecto inspiró verdaderos sistemas culturales y religiosos, que en muchos casos sentaron las bases de algunas de las civilizaciones más poderosas de la Edad Antigua; y por otro lado, el libro de divulgación Las moscas del Señor, un intento de giro copernicano lleno de ejemplos que buscan demostrar, de manera contundente, que estos dípteros son en realidad nobles y dignos del más acérrimo respeto.
Cada uno de los tomos de "Sobre la influencia...", fruto de una investigación meticulosa y de un trabajo científico impecable, se encuentra impregnado de incontables datos reveladores. Allí mismo se habla del culto a Baal-Zebub, el Señor de las Moscas, muy difundido entre ciertos pueblos de Asia Menor y del norte África. Los adeptos se reunían y danzaban alrededor de ciclópeos ídolos de arcilla, imitando el revoloteo de la mosca en torno a un cadáver, para reforzar vínculos con el plano inmaterial de sus existencias, ya que veían en la aglomeración de estas criaturas la manifestación incorpórea o los remanentes del alma de lo que alguna vez fue un ser vivo.
Si deseamos indagar más profundamente en el origen de este tipo de costumbres, debemos remontarnos a los albores de la humanidad. Hopkins, tenaz defensor de la hipótesis de que fue el Homo Habilis el primer primate en desarrollar el sentido de lo espiritual, encontró evidencia de que algunos de estos homínidos veneraron a la mosca como deidad relacionada con la Vida, al notar el surgimiento de larvas sobre diversos tipos de materia orgánica en descomposición, anticipándose en varios miles de años a la aparición de la teoría de la generación espontánea. Pero también existen indicios de que, simultáneamente, otras tribus asociaron a este insecto con la mismísima Muerte: el conjunto de moscas que rodea a un cuerpo inerte y putrefacto trabaja en él para llevar el alma al Más Allá.
"Vemos que el hombre consideró a la mosca, entre muchas otras cosas, como su primer Dios de la Muerte y como su primer Dios de la Vida. Dos aspectos de la Naturaleza tan antagónicos proyectados sobre un único objeto de culto; ¿no es esto prueba suficiente de la importancia que han tenido estas criaturas en la historia de la humanidad? ¿No resulta por lo menos execrable, entonces, que el género humano, haciendo caso omiso de estos hechos, haya terminado vilipendiando y persiguiendo por tanto tiempo a tan ilustre especie?", escribiría posteriormente el destacado investigador en Las moscas...
Sin embargo, todos saben que su ardua tarea no fue bien recibida en el ámbito científico mundial. Famoso es el altercado que protagonizó en el Séptimo Simposio Internacional de Especies Extintas. "Vamos, amigo, tanta espiritualidad no borra ni justifica la masacre que exterminó a los humanos hace tres siglos. Sólo ha conseguido dejar en claro que las moscas, además de ser bichos desagradables, son de lo más vengativos", le espetó un colega odonato en medio de una acalorada discusión. Hopkins, molesto por el improperio, zumbó dos o tres injurias y voló raudo en busca de algo dulce con que entretener sus velludos palpos maxilares.

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Héctor García

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