miércoles, 16 de abril de 2014

Estereotipos - Fernando Andrés Puga



—¿Te acordás de Alfredo, el calentón?— preguntó mi entrañable amigo Carlos, el bromista, a poco de iniciar nuestra conversación telefónica después de tantos años.
—¡Claro que sí! ¿Te acordás cuando le sacabas la mochila y le revolvíamos todo? ¡Cómo se ponía el hijo de puta! ¿No me digas que lo volviste a ver?
—Sí y por eso te estoy llamando. ¿Estás sentado?
—Sí, ¿por qué?
—Porque resulta que el calentón se enfrió y estoy buscando a la barra de entonces para acompañar a la viuda que no es otra que Alicita, aquella chica tan fresca que se paseaba oronda por la plaza los domingos por la tarde y nos tenía a todos embobados. Tenemos que ayudarla, pobre mina, quedó sola y con tres pibes.
—¿Alicita? ¡No me digas! Así que se la ganó el calentón.
—Y claro. Fue el único que pudo soportar tanta frescura. Pero ya ves, terminó ganando ella la guerra térmica y ahora la guacha es de una tibieza irresistible. Así que te imaginarás que no la puedo dejar escapar. Tengo que ganarle de mano a Tito, el picaflor, que sigue tan mujeriego como siempre. ¿Me vas a dar una mano, no?
—Sí, cómo no, contá conmigo. Voy para tu casa.
Y colgué el teléfono con la imagen de Alicita en mi cabeza. Yo, el timorato, seguramente me quedaría otra vez sin el pan y sin la torta, frío y seco como un palo de escoba.

Sobre el autor:  Fernando Andrés Puga

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