sábado, 30 de agosto de 2014

Intervalo de cinco minutos - Francis Picabia



Yo tenía un amigo suizo llamado Jacques Dingue que vivía en el Perú, a cuatro mil metros de altitud. Partió hace algunos años para explorar aquellas regiones, y allá sufrió el hechizo de una extraña india que lo enloqueció por completo y que se negó a él. Poco a poco fue debilitándose, y no salía siquiera de la cabaña en que se instalara. Un doctor peruano que lo había acompañado hasta allí le procuraba cuidados a fin de sanarlo de una demencia precoz que parecía incurable.
Una noche, la gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que habían acogido a Jacques Dingue. Todos, sin excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima... También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó.
Ahora bien, todos los indios tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado... Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa, pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas, tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro le acercaba la cabeza sosteniéndola por la nariz; pero a la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquélla no presentaba más que una sola circunvolución y parecía afectar la forma de un par de nalgas...


Acerca del autor:  Francis Picabia



Beso y la ciudad - Héctor Ugalde


El ciudadano se asombra de ver una larga fila. Sigue la cadena de personas y encuentra que todos están formados para probar suerte y besar a la Bella Durmiente.
Una multitud está reunida para presenciar tan extraordinario suceso. Hay cámaras de televisión y reporteros de otros medios cubriendo el evento.
Algunos avispados aprovechan para vender y ofrecer sus productos. Camas, colchas, batas, piyamas, pantuflas... ahora está de moda parecer dormido. También hay lociones relajantes, cremas humectantes para los labios resecos y otros artículos diversos, sin faltar por supuesto las camisetas con una gran variedad de leyendas.
Uno a uno van entrevistando a los candidatos hurgando en su vida para ver sí encuentran datos jugosos que aviven más el espectáculo.
Finalmente, después de varios días, se termina el interés y todo mundo vuelve a sus labores. Queda un reguero de basura y en el centro la mujer dormida.
El ciudadano, aquel del inicio del relato de los hechos, no se ha ido, ha quedado prendado de su belleza. Se acerca y la besa.
La Bella Durmiente despierta y le sonríe.
Se toman de la mano y se alejan en el atardecer...
Nadie ha visto esto, ni siquiera yo, porque el amor es un acto privado entre sólo dos...

Sobre el autor: Héctor Ugalde

Karma - Silvia Milos


El prototipo C H 2 estaba listo para entrar al edificio. Tenía el olfato mil veces intenso que los humanos 1, y sus orejas recibían ondas de baja frecuencia capaces de captar hasta la más mínima respiración. Subió de cinco en cinco los escalones, saltó entre los escombros y alcanzó el tercer Nivel en tres segundos, uno por piso.
Luego se detuvo, una fracción de tiempo incontable para hacer un paneo absoluto parado frente al departamento. Divisó a través del humo y de las llamas el cuerpo de un humano en el suelo , y de dos simples perros, sin genes H estaban aterrados, casi al borde del desmayo. Dudó, antes de levantar a los animales hizo un llamado por el sonar, alertando a los humanos 1 de su par. Luego bajó como un rayo y los sacó del derrumbe.
 Afuera, nadie preguntó por el que faltaba, todos sabían que no era necesario tener un asesino de perros entre la gente.

Sobre la autora: Silvia Milos

martes, 26 de agosto de 2014

Y al final, se fue la señorita María Inés - Carmen Belzún


Amenazó, amenazó… ¡y cumplió! Yo no creía en su promesa de irse. Dejar todo, ir a meterse en una casita en la costa, empezar de cero… Porque era así: ¡de cero! Pedir el traslado era fácil; conseguirlo, más o menos; aceptarlo… ¡eso era lo jodido! Casa nueva, vida nueva. Otros amigos, otros compañeros de trabajo, otra vida. ¿Valía la pena? Ella creía que sí. Y nosotros, al principio, también. Sobre todo cuando la veíamos acercarse de la mano de él. El marido ¿quién iba a ser? No era ni lindo ni feo; alto como ella; el pelo medio rubión; sonrisa fácil. Siempre la acompañaba a la mañana, tempranito, ¿te acordás? Llegaban como dos novios. Así los llamábamos. Un besito delicado en los labios (un piquito, bah) ¡y a empezar la jornada! No sé de dónde apareció el proyecto; pero lo cierto es que ella nos comentó que querían mudarse a una casa frente al mar. Ella iba a pedir el traslado de su cargo titular, él iba a pedir que lo mandaran a otra sucursal de la fábrica. Fácil ¿no? Sí, si hasta nosotros lo entendíamos. ¡Tampoco éramos tarados! Sólo chicos. Y de pronto nos convertimos en compañeros incondicionales. Le preguntábamos por los trámites (¡como si supiéramos!), le dábamos aliento (¡lo único que podíamos!); una vez, aparecimos con un suplemento de viajes y paseos dedicado al partido de la Costa. Durante todo el año nos esforzamos por darle ánimo sin dejar en evidencia nuestras dudas. ¿Valía la pena dejar todo por acompañar a su hombre? ¿Sería feliz tan lejos de sus seres queridos? Cierto que él era el más querido… entonces ¿así terminaba todo? Su carrera, sus afectos, su vida; todo se limitaba al mundo que él le ofrecía. Nos resultaba raro. En realidad, ahora me doy cuenta de que repetíamos palabras de los adultos. Eran comentarios que hacían los viejos, todos: padres, algún que otro abuelo, las otras señoritas de la escuela. Había desconfianza en sus voces e, indudablemente, los pronósticos eran desfavorables. Pero ella cumplió. Con la exactitud de las ecuaciones que quería enseñarnos. Ella se fue. No le importó que le pidiéramos que se quedara (en verdad, fue una actuación más que un deseo). No le importó que la situación se presentara tan en contra. O, a lo mejor, aceleró el trámite por eso. No lo habló con nadie, sólo se fue. Sí, se fue de noche, sin avisar, sin despedirse; primero pidió una licencia por enfermedad, ¡todos lo entendieron! Y después se colgó de una viga del quincho. Una semana antes, el marido la había abandonado.

Sobre la autora: Carmen Belzún

Inevitable – Carlos Enrique Saldivar


Y tuve una maravillosa impresión, como cuando el río en invierno aumenta su caudal y crece. Así son las niñas cuando se hacen mujeres. Así es ella, un espejismo real, un milagro de hermosura. Como miro el océano la veo a ella, lo he hecho desde hace años. Quisiera ingresar en sus entrañas, nadar hasta extasiarme, sentir sus formas acariciar mi espigado y fuerte cuerpo. Aunque sé que no debo, no he de abandonarme a sus encantos. Me resisto. Pero ella me atrae con una potencia bárbara. La amo, creo. Algo es cierto, la deseo. Inevitablemente caeré en sus redes muy pronto. Su nombre es Linda, es más que eso, se lo he dicho, me ha sonreído y me ha tomado de la mano, no obstante he huido de su lado.
Inquieto, en mi elemento, tengo emociones que me destruyen.
No puedo dejar de pensar en su persona.
Desobedezco una vez más a mis ancestros. Salgo del océano, desnudo, camino hacia a la playa. Me crecen piernas con lentitud. Ya no duele como antes. Mi ropa se encuentra enterrada bajo la arena. Me visto. ¿Habrá de ser este mi destino? Sí. Esta noche cederé a su voluptuosidad. Sé dónde encontrarla. Se alegrará de verme. Entraremos a un universo de frenesí y tempestades placenteras. Ya nunca podremos abandonarnos. Y, como muchos de mi especie, en poco tiempo moriré en sus brazos, satisfecho, agradecido, lejos de mi gente. Me disolveré en el aire impuro de un mundo que no es el mío.

Lima, agosto de 2012

Sobre el autor:  Carlos Enrique Saldivar

jueves, 21 de agosto de 2014

Billete de ida - Xavier Blanco





A veces la vida es un camino que nos lleva a ninguna parte...

Pronto aprendió que la vida era un camino perpetuo que se bifurca de forma caprichosa. Había que tomar decisiones. Se lió la manta a la cabeza y, un mal día, inició su viaje de ida hacia ninguna parte. Al final llegó a su destino, y allí nació su hija. Imaginar la entristece, se le disipaban los recuerdos. Podía visionar cómo su abuela tejía con su cabello diminutas trenzas. Resonaba en su memoria el sol inmenso de las mañanas, los atardeceres policromos, las noches claras de primavera.

Hoy es domingo, de los de verdad, libra uno de cada cuatro, deambula, pasea con su retoño del brazo por los parques y avenidas de esta gran ciudad. Existir es un desafío. La urbe la oprime, la maltrata, la empequeñece, enmudece su alegría, ahoga su silencio. No se ha acostumbrado a vivir sin cielo. Le falta el aire, añora el aullido del viento, el crepitar de la madera presa por el fuego. Mientras camina, entre el retumbo de los cláxones y el humear de los vehículos, sueña con su vida pasada. Fantasea con su niñez no vivida, con los árboles que crecían en su país, con el cielo inmenso y azul, lleno de estrellas, con el que cubría sus noches. Imagina el trinar de los pájaros, el aroma de la hierba que ascendía bajo sus pies. Divaga sobre el color de la lluvia, sobre el olor del firmamento. Sentada en el banco, su vista se pierde en la nada, y cuando el sol se derrumba fantasea con la luna que se mece en el horizonte, y sueña los sueños que nunca vivirá. Se siente sola, vacía, despoblada. Mira a su hija, le caen lágrimas, que surcan sus mejillas.

Han pasado los años, pero todavía le cuesta dormir. Algunas noches los sueños se convierten en pesadillas: en gritos que ahogan su cuello, en la sombra de la muerte que acecha tras el batir de las olas, en el agua salada que abrasa su piel, en el miedo al miedo. Revive los días a la deriva, al albor del viento, la noche infinita, los amaneceres fríos e inciertos. Se estremece al recordar aquella maldita patera que naufragó en las costas del primer mundo, donde ella se siente la última, sólo basura. De nada sirve lamentarse, sabe que no es cuestión de tiempo. Ya no recuerda cuando perdió las ilusiones. Al borde del precipicio vagabundea la voz de su madre que le susurra historias, siente sus besos y esa es su única dosis de esperanza. Abraza a su niña, que nunca conocerá a su padre ni a su abuela. Llora, le abate la niebla. Hace tiempo que sabe que no hay billete de vuelta.



Acerca del autor:  Xavier Blanco
Tomado del blog Caleidoscopio http://xavierblanco.blogspot.com/2011/10/190-billete-de-ida.html

sábado, 16 de agosto de 2014

Veintisiete - Giorgio Manganelli


Un señor que poseía un caballo de excepcional elegancia, una mansión fortificada, tres criados y una viña, creyó entender, por la manera como se habían dispuesto los cirros en torno al sol, que debía abandonar Cornualles, en donde siempre había vivido, y dirigirse a Roma, en donde, suponía, tendría ocasión de hablar con el emperador. No era un mitómano ni un aventurero, pero aquellos cirros le hacían pensar. No empleó más de tres días en los preparativos, escribió una vaga carta a su hermana, otra todavía más vaga a una mujer que, por puro ocio, había pensado en pedir por esposa, ofreció un sacrificio a los dioses y partió, una mañana fría y despejada. Atravesó el canal que separa la Galia de Cornualles y no tardó en encontrarse en una zona llena de bosques, sin ningún camino; el cielo estaba agitado y él con frecuencia buscaba abrigo, con su caballo, en grutas que no mostraban rastros de presencia humana. El día decimosegundo encontró en un vado un esqueleto de hombre, con una flecha entre las costillas: cuando lo tocó, se pulverizó, y la flecha rodó entre los guijarros con un tintineo metálico. Al cabo de un mes encontró una miserable aldea, habitada por aldeanos cuya lengua no entendía. Le pareció que le prevenían de alguna cosa. Tres días después encontró un gigante, de rostro obtuso y tres ojos. Le salvó el velocísimo caballo y permaneció oculto durante una semana en una selva en la que no penetraría jamás ningún gigante. Al segundo mes cruzó un país de poblados elegantes, ciudades llenas de gente, ruidosos mercados; encontró hombres de su misma tierra, supo que una secreta tristeza arruinaba aquella región, corroída por una lenta pestilencia. Cruzó los Alpes, comió lasagna en Mutina y bebió vino espumoso. A mediados del tercer mes llegó a Roma. Le pareció admirable, sin saber cuánto había decaído los últimos diez años. Se hablaba de peste, de envenenamientos, de emperadores viles o feroces, cuando no ambas cosas a un tiempo. Puesto que había llegado a Roma, intentó vivir allí al menos un año; enseñaba el córnico, practicaba esgrima, hacía dibujos exóticos para uso de los picapedreros imperiales. En la arena mató un toro y fue observado por un oficial de la corte. Un día encontró al emperador que, confundiéndolo con otro, lo miró con odio. Tres días después el emperador fue despedazado y el gentilhombre de Cornualles aclamado emperador. Pero no era feliz. Siempre se preguntaba qué habían querido decirle aquellos cirros. ¿Los había entendido mal? Estaba meditabundo y atormentado; se tranquilizó el día en que el oficial de la corte apuntó la espada contra su garganta.

Acerca del autor:  Giorgio Manganelli

Hacia delante - Rafael Blanco Vázquez


Cuando dejó de fumar le dio por beber, aunque también se puso a hacer ejercicio, si bien es verdad que comía cada vez más.
Había dejado atrás su juventud, pero ahora follaba mejor, claro que también se enojaba más, y eso que por fin se estaba quedando solo.
Se acordaba con nostalgia de la época en que se rapaba la cabeza, de las chicas que le pasaban la mano por el cráneo ahora que chicas más grandes le acariciaban el pelo.
Ni siquiera comprar champú era anodino.
Vivió en varios países, siempre presa del mismo balanceo entre el descubrimiento y la melancolía, entre la exploración y el rechazo.
Antes iba más al cine, ahora leía más libros.
Antes leía de todo, ahora sólo novela negra.
Ahora las películas las veía en casa, y eran todas de terror.
Y por las noches, mientras tomaba whisky y rememoraba los tiempos en que leía otros libros y veía otras películas y tenía otras edades y transitaba otras calles y fumaba y follaba peor y apenas se enojaba, indefectiblemente se hacía la misma pregunta: ¿qué va a ser de mí?

Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

El dedo - Feng Meng- lung




Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.


Acerca del autor:  Feng Meng- lung


martes, 12 de agosto de 2014

El hámster - Rafael Blanco Vázquez



- Yo nunca pensé que la vida sería esto.
- Pues yo siempre pensé que sería esto.
- ¿Y a quién se le ocurre pensar que la vida será esto o lo otro en vez de esperar que la vida sea lo que sea?
- Pero la vida es lo que es según nuestro pensamiento.
- Pero ese pensamiento lo va modelando la vida.
- Pero pensar y vivir van de la mano.
- Pero se estorban.
- Pero el estorbo hace avanzar, ¿qué sería de la vida sin obstáculos?
- Yo conozco a un tipo que vivió sin estorbos y avanzó igual, de la cuna a la tumba.
- Pero la vida no es ir de la cuna a la tumba. Yo conozco a un tipo que nació en la calle y murió en un coche.
- Tú eres tonto, chaval.
- Eso es lo que tú piensas.
- No, eso es la vida misma.
- ¿Una vida sin pensamiento? Yo a veces tengo pensamientos sin vida.
- Los pensamientos son como la vida, no siempre es fácil distinguir a los vivos de los muertos.
- Eso es puro pensamiento. ¿Por qué no vives un poco?
- Déjame pensarlo.
- Pero mientras piensas vives.
- Estamos encerrados en una columna de aire. Salgamos de aquí.
- Socorro, auxilio, ¿quién nos ha robado el mes de abril?
- Qué lindo pensamiento esconde esa pregunta. Mi vida cobra todo su sentido.
- La vida no tiene sentido, pero nuestros pensamientos le otorgan uno.
- Pero la vida les va quitando sentido a los pensamientos.
- Pues vale, pero yo quiero ser pensado en vida.
- Todos somos el pensamiento de alguien que sin pensarnos no vive.
- Mi madre me llama mi vida. ¿Podría llamarme mi pensamiento?
- Podría, si no fuera porque es tonta, como tú.
- Así es la vida. ¿Pero quién nos convierte en tontos, nuestra vida, nuestros pensamientos o los pensamientos de los demás acerca de nuestra vida y nuestros pensamientos?
- Me cago en mi vida sólo de pensarlo.
- La verdad es que esto no es vida.
- ¿Te imaginas que antes de vivir pudiéramos pensárnoslo dos veces?
- Nos pasaríamos la vida a las puertas de la vida.
- Y como no sabríamos lo que es la vida diríamos que sí por curiosidad y estaríamos en las mismas.
- Di vida y vencerás, decía Julio César.
- ¿Ves como eres tonto?
- Puede ser, pero la vida es movimiento.
- No, la vida es pensamiento.
- Pero el pensamiento se mueve.
- Dando vueltas sobre sí mismo.
- Pero eso no le impide tener ritmo.
- ¿Te gusta el ritmo?
- Me gusta el ritmo.
- Pero el ritmo y el blues van de la mano.
- Pues entonces cantemos un blues.
- Un, dos, tres.

Ven acá nena
Y échame los brazos al cuello
Déjame sin resuello
Y dime que te da pena
Mi indiferencia

Ven acá hermosa
Y bésame sin parar
Abre mi cuerpo de par en par
Y dime que te da cosa
Tu impertinencia

Yo quisiera entregarme a ti
Yo quisiera vivir sin mí
Pero no puedo
Eso sí tú ven y bésame
Y dime que tienes fe
En tu remedio

Ven acá linda
Y bebe un whisky conmigo
No escuches lo que te digo
Sólo espera hasta que me rinda
Santa paciencia.


Acerca del autor:   Rafael Blanco Vázquez

¿Esto será un mandala? - Oscar R. Ruiz


Miro el reloj y descubro Que las doce del Mediodía quedaron Cuarenta Minutos Atrás. Apenas me Quedan veinte párr almorzar y El Ascensor una hora this no está colapsado. Ningún tengo remedio Más Que lanzarme Por las escaleras Hacia la planta baja. Apurado, compro Una manzana en "El Altiplano", y estafa Resistencia le entrego al boliviano Que Me Atiende mis ultimos mangossueldo el cinco. Ante lo Evidente de mi Gesto, me dados:-Acá VENDEMOS Las Mejores manzanas de la ciudad.
Cruzo la calle. Alcanzó una sentarme en el banco de la placita, (milagrosamente Vacío). El sol de agosto me da de LLENO en la Cara y me reconforta. Sí Ahora, Sentado, Comodo y famélico saco del Bolsillo millas manzanalmuerzo, le doy sin Tarascón Que me permite (es Todo un EJEMPLO de Eficiencia) deglutirme, ONU de la estafa bocado solo, La Mitad. Dispuesto a Terminar el Asunto, abro la boca del hasta Que las comisuras me duelen, Cuando asoma Sobre la manzana medios, Primero, la cabeza de la ONU gusano e INMEDIATAMENTE DESPUES el resto de do Cuerpo. Me LLENO De Una SENSACIÓN naturales de asco, instalándose en mi Mente La Cara del bolivianoverdulero riéndose un mas no Poder. Me Siento
profundamente estafado. Prometo fervorosamente no comprarle Nunca Nada más, Y además, busque Fuerte de Como Para Qué me ESCUCHE del Otro Lado de la calle le grito A Modo de venganza luz: - ¡Hijo Chorro e'puta!
MIENTRAS del tanto el gusano, Totalmente despreocupado y ajeno de mi Reacción, Se Mueve Por La media manzana de Como Se Mueve Cualquier gusano: about el culo al cogote (o de como Quiera Que se LLAME el Extremo trasero y delantero y de los gusanos) En Un Movimiento de repliegue, Levantando el DE como lomo sin fuelle estafa CADA contracción. De verde de color claro, ojos rojos, repugnante y, Aunque No Mucho Que ya es chiquito y sin pelos Tiene. Apoyado en mi manzana, Levanta la cabecita, Arruga del los pliegues y me mira (Por lo Menos, yo Creo Que Me Mira), le devuelvo la mirada Pero la mía lleva odio incluido, y de como si me entendiera, le grito: - ¡Gusano de mierda! -Al Instante doblo HACIA Dentro mi dedo Índice, Apoyo la uña Sobre la yema del pulgar, párr Formar ONU Círculo y convertirlo en gatillo un, Que Disparo estafa Fuerza pegándole Con La uña de LLENO en el culo (o se del como LLAME EL
Extremo trasero Que Tienen los gusanos). Venta Despedido de la manzana Desafiando la Ley de gravedad. Cae al piso. Se Recupera y Sigue do rumbo en la plena ignorancia de Que do Destino es ENCONTRAR Alguna Otra fruta o perecer de inanición.
Entretenido Con El gusano no lo veo Venir al Tucu y ya Lo Tengo Encima. Nada Que Pueda Hacer.
- ¿Tenés la guita? -Me increpa de una, directo como siempre. Alcanzó un lo balbucear Primero Que se me ocurre:
- Eeeeee, siiiii, buenoooo, Ahora no. Eeeeee, a la Tarde. Cobro Hoy.
El Tucu, solo Que laburo Levantando quiniela, sí traga la mentira un Pesar Que Hoy Es Veintitrés.
- ¡A Las Cinco Estoy acá, y Mejor que Tengas la guita! -Se va. Me quedo estafa manzana mordida medios y sin quilombo entero Que No se como arreglar: Le Debo al Tucu mil mangos from HACE MAS DE mes de la ONU, (empecinado en agarrar al veintiocho, Que se Niega a salir), no sope ONU Tengo, mi Crédito no está agotado en Todos Lados y Encima No Se me ocurre nada. ¡Pienso! Pienso! Vuelvo al laburo.Sigo pensando. Me Morales llama:
- ¡Che, pendejo! Anda al banco, pagaté ESTO y Despues Archiva Las boletas. ¡Apurate te Que cierra! -Me da las boletas de luz y gas de la Oficina y la plata. Me Rajo de la Oficina. En el ascensor rumbo a la planta baja cuento la guita: setecientos Cincuenta pesos. Miro al cielo agradeciendo al de arriba y me la guardo en el Bolsillo.

A Cinco Estoy en las puerta del la del Trabajo. El Tucu ya no está Sentado en el banco de la placita, esperándome.
- ¿trajiste la guita?
- Tomá, seiscientos consegui. Achica la Deuda. En dos Días te doy Lo Que Falta. -Le paso la plata y agrego, Dandole Otro billete-: Jugame ESTOS CIEN al veintiocho a la cabeza.
El Tucu Empieza a juntar bronca. Los ojos en sí le inyectan de sangre. Cara Con de odio me agarra, me mira y me Fijo dados: - ¡Gusano de mierda! -Acto Seguido me pega patadón tremendo un, Que Me Hace aterrizar despatarrado estafa Toda mi Humanidad en El Medio de la Vereda de la placita. El Tucu sí va llevándose CONSIGO, los setecientos mangos y la raya de mi culo Pegado a la punta de do zapato. MIENTRAS me hago masajes en la instancia de parte dolorida, veo de como le pasa la plata al Capitalista. Onu gordo de Que ESTA Con Dos Ursos En Un Mercedes, estacionado en la puerta de la verdulería. De Repente bajan del los Ursos, lo agarran inmovilizándolo al Tucu. Se baja el gordo. Cara de odio. Ojos INYECTADOS de sangre, y le dados: - ¡Gusano de mierda! -Ahí nomás le Pone al Tucu patadón tremendo un, trastabillar Que lo Hace, Terminar párr contra Los Cajones de naranjas y manzanas de "El Altiplano". Las frutas Por Supuesto sí desparraman porción Toda la vereda HACIA Ambos Lados y also Hacia la calle, la Mayoría hijo aplastadas Por los autos Que circulan Pero Una manzana Llega rodando, del hasta intacta el  cordón de la vereda Donde me encuentro. Entonces, Si Como hubiese nada Pasado el gusanito verde claro, HACE UN agujerito en la manzana metiéndose en ella, sí about el bolivianoverdulero, la Levanta y la estafa junto Pone las Otras en El Cajón párr Poder vendérsela al prximo Cliente.

About del autor:
Oscar Ricardo Ruiz

jueves, 7 de agosto de 2014

El mar - Paula Duncan




Ella no conocía el mar, no sabía de su inmensidad, de su color, de su aroma, sólo conocía su sonido, lo tenia guardado en un enorme caracol, que le regaló un amigo al regreso de sus vacaciones en la Villa; lugar al que ella anhelaba ir con toda su alma.

Escuchaba anécdotas de guitarreadas en la playa de amores efímeros y amistades para toda la vida, y sentía que caminaba entre los médanos, bajo los rayos un sol abrasador; podía sentir el movimiento de las olas mojando sus pies, la espuma salpicando de pequeñas burbujas su cara, el perfume de sal metiéndose en el cuerpo por cada uno de sus poros.

Pasó la adolescencia deseando, muchas cosas; la vida no fue generosa con ella, muchas veces tenía lo mínimo indispensable para sobrevivir; pero ella deseaba ver el mar, no en una lámina ni en el cine, quería conocerlo en persona.

Por mucho tiempo tuvo que conformarse durmiendo con su gran caracol al lado del oído, y escuchar de amores en la playa con música de guitarra.

LLegó el tan ansiado momento, casi con lo justo para ir, volver y una merienda escasa se subió a un micro de segunda categoría lleno de valijas bolsos, paquetes, niños inquietos y bebés llorando nada le importaba ella era feliz esperando el ansiado encuentro…

En el viaje entablo conversación con un joven de su edad o un poco más, y se asombraron al ver que ambos iban en pos del mismo sueño, y que les costó mucho conseguirlo, días de ahorrar monedas privándose de algo en hogares donde todo faltaba; al rato de estar charlando parecían conocerse de años y planearon pasar el día juntos y a última hora emprender el regreso a su cotidianidad gris y plana

De madrugada cuando todo el pasaje parecía dormido, ellos comían caramelos para engañar al estómago vacío desde hacía muchas horas; se sabían cerca de su sueño, faltaba una hora escasa…

Una frenada brusca los sobresaltó, miraron a su alrededor algunos ni se despertaron, otros gritaban asustados hasta que el chofer los calmó diciendo que no pasaba nada solo debían esperar para reanudar la marcha.

Ellos, sin equipaje decidieron caminar; ya podían divisar la playa, el amanecer pintaba colores en sus ojos

La inmensidad del mar apareció detrás de un médano y se desplegó ante ellos en toda su magnificencia, la mirada no alcanzaba ante tanta desmesura, se sintieron pequeños ante semejante paisaje, jugaron se mojaron, se tiraron en la arena, almorzaron frugalmente y cuando caía la tarde se sentaron en unas rocas con los pies en el agua; el sacó su vieja guitarra y muy juntos recordaron viejas canciones de amores de verano, no se dieron cuenta pero tenían varios espectadores, algunos entre las pequeñas olas, otros en los granos de arena y también sobre las rocas, estaban cuidandolos, para que llegaran bien al viaje, y entre el rumor del mar y la música se olvidaron que tenían que volver a una vida angustiosa; ya ni el hambre molestaba y se fueron quedando dormidos abrazados…

Un señor ejecutivo de una gran empresa se dispone a desayunar antes de comenzar la jornada, entra el mayordomo y después de darle los buenos día le alcanza los diarios de la mañana; hay muchos; de informacion general, de finanzas, en varios idiomas y debajo de todos, un humilde periódico local al que decide no prestarle atención, sus negocios no están ahí, lo descarta y llega al piso con la primera plana hacia arriba, en ella una foto de dos adolescentes con un epígrafe: fueron hallados muertos abrazados en la orilla del mar, después de salvarse de un trágico accidente en la ruta…


Acerca de la autora:  Paula Duncan